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Quienes habéis dedicado vuestra actividad a la vida pública, debéis sentiros urgidos a no absteneros de trabajar en todos los regímenes, también en aquellos que no están informados por el sentido cristiano, a no ser que la Jerarquía Ordinaria del país dé otro criterio a los ciudadanos católicos. Porque no os permite vuestra conciencia que gobiernen los que no son católicos y, aun en las circunstancias más adversas para la religión, siempre podréis impedir que se hagan males mayores.

Conviene que no abandonéis el campo en ningún tipo de régimen[14], sin que por ello os tachen –sería injusto– de colaboracionistas. Hijos míos, más si se trata de naciones con una mayoría católica, sería incomprensible que no hubiese en el gobierno católicos practicantes y responsables y, por tanto, miembros de las distintas asociaciones de fieles. Si no fuese así, podría decirse que esos católicos ni son practicantes ni responsables ni católicos, o que la Iglesia está perseguida.

Cuando hayáis de participar en tareas de gobierno, poned todo el empeño en dictar leyes justas, que puedan cumplir los ciudadanos. Lo contrario es un abuso de poder y un atentado a la libertad de la gente: deforma sus conciencias, además, porque –en esos casos– tienen perfecto derecho a dejar de cumplir esas leyes que solo lo son de nombre.

Respetad la libertad de todos los ciudadanos, teniendo en cuenta que el bien común debe ser participado por todos los miembros de la comunidad. Dad a todos la posibilidad de elevar su vida, sin humillar a unos, para levantar a los demás; ofreced, a los más humildes, horizontes abiertos para su futuro: la seguridad de un trabajo retribuido y protegido, el acceso a la igualdad de cultura, porque esto –que es justo– llevará luz a sus vidas, cambiará su humor y les facilitará la búsqueda de Dios y de realidades más altas. Hijos de mi alma, no olvidéis –sin embargo– que la miseria más triste es la pobreza espiritual, la carencia de la doctrina y de la participación en la vida de Cristo.

Notas
[14]

«no abandonéis el campo en ningún tipo de régimen»: la opción que propone Escrivá es seguir la propia vocación profesional, a menos que la Jerarquía católica disponga otra cosa. En el caso del Opus Dei, es conocida la acusación de colaboracionismo con el régimen del general Franco, desde que dos de sus miembros entraron en el gobierno español en 1957 y otros lo hicieron en años sucesivos. Sin embargo, la Jerarquía católica española no desaconsejó, más bien apoyó, la colaboración de los católicos con el régimen franquista pues –aunque no reconocía las libertades políticas– parecía garantizar la presencia del mensaje evangélico en la vida pública. Cfr. González Gullón – Coverdale, Historia del Opus Dei, pp. 221-225; 227-234. (N. del E.)

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